por Gimena
Spurio y Carlos Foglia
Cuando los españoles ingresaron en lo que hoy es
nuestro país lo hicieron siguiendo senderos que comunicaban al imperio Inca con
el norte argentino, usando vías terrestres que los aborígenes ya habían
utilizado durante años. De esta manera, en los albores de la colonización
española, en el siglo XVII, se continuó con la construcción de un camino
pensado por la necesidad de alcanzar el océano Atlántico. Quedó conformado así
una vía principal que unía al Alto Perú (hoy
Bolivia) con Córdoba y Buenos Aires. Desde entonces el Camino Real vio pasar la mayoría de las tropas que
actuaron en la independencia y las luchas intestinas; a los servicios de correo
y mensajería que mantenían informadas a las autoridades y habitantes, como así
también a la mayoría de los personajes de esa época, tales como clérigos,
militares, políticos, diplomáticos, científicos y habitantes comunes que tenían
necesidad de desplazarse entre las distintas poblaciones. Varios son los libros
escritos por viajeros que lo transitaron, relatando las peripecias que tuvieron
que sortear, debido a la precariedad del sistema.
El trazado del Camino Real, se encontraba un
poco hacia el Oeste de la actual Ruta Nacional No 9, hasta encontrarse con la
ciudad de Córdoba. Partiendo desde allí continuaba hacia la posta “Paso de
Ferreira” (actual Villa Nueva), desde donde costeaba el río Ctalamuchita (ex
Tercero) hasta la posta del Saladillo y luego acompañaba al río Carcarañá hasta
que ya, en territorio santafesino, se alejaba del mismo orientándose hacia el Sureste,
hasta llegar a su destino final que era el puerto de Buenos Aires. Hay tramos
del Camino Real que han desaparecido, otras partes aparecen intransitables y
trechos que parecen caminos secundarios que atraviesan los campos.
El movimiento comercial y el transporte terrestre
se tornaba difícil y peligroso. Los habitantes de Córdoba tenían los ojos
puestos en el Alto Perú, porque desde allá bajaba todo: las provisiones y
ordenanzas virreinales, expediciones y las mercaderías de España. Luego de la creación
del Virreinato del Río de La Plata en 1776 con capital en Buenos Aires como
puerto comercial habilitado, desviaron la atención hacia el sur, y desde
entonces nuestra historia también giró en torno a la construcción de una
metrópolis desde
la cual se ejercería el poder.
Los largos e interminables viajes por el camino al Alto Perú, que se
realizaron durante varios siglos, trajeron la presencia de “postas”, para
permitir el descanso de los viajeros, de los chasquis y el cambio de
transporte. Como era común en esa época, las postas estaban situadas a unas 4 o
5 leguas unas de otras, a fin de no forzar los caballos, bueyes y mulas
utilizadas en las carretas, diligencias y otros carruajes que lo transitaban.
Con el tiempo, Alguna de las postas fueron convertidas en fortines para
defenderse de las incursiones de los aborígenes. También, alrededor de las
mismas se fueron construyendo poblaciones. En la zona que estamos tratando,
este camino se extendía siguiendo el cauce de los ríos Ctalamuchita y
Carcarañá. Partiendo desde Fraile Muerto hacia el Sureste y, podemos enumerar las postas de Sanjón,
Barranca, Saladillo, Lobatón, Cabeza de Tigre, Cruz Alta, Guardia de la
Esquina, Arequito y Gallegos.
Estas postas tomaron importancia desde mediados del siglo XVIII, cuando
se estableció oficialmente el servicio de “correos fijos”.
Hasta ese momento, las correspondencias, los viajes
y transporte de mercancías normalmente se realizaban mediante expediciones
militares.
En 1762 se dictó la “Ordenanza que deben observar los funcionarios de correos,
caminos y postas”. Ésta estableció oficialmente la localización y condiciones
de las mismas. Nacieron así los “caminos reales”. Al crearse el Virreinato del
Río de la Plata se mejoró ostensiblemente la infraestructura de los caminos,
garantizando y proporcionando comodidades a los viajeros. Una cédula de 1794
estableció que cada posta debía estar regenteada por un “maestro de posta” y
este debía ser auxiliado por dos “postillones”, los que debían reunir ciertos
requisitos. La posta, era una construcción acondicionada rústicamente en la
mayoría de los casos, con el necesario confort para el viajero. Allí el maestro
de posta debía poseer la correspondiente remuda de caballos, con la obligación
de asistir a los visitantes en las mejores condiciones posibles.
En el tramo que comprende la provincia de Córdoba
en el sector norte, es más fácil encontrar restos del camino o de las postas,
allí abundan capillas y estancias jesuíticas y coloniales, donde la geografía
de sierras y los materiales de construcción en piedras permitieron la
supervivencia de las mismas. En nuestra zona, agrícola por excelencia, muchos
tramos del camino fueron ganados por sembradíos y no se encuentran más que
algunas reproducciones de los ranchos que formaban las postas, ya que la
construcción en adobe (barro y paja) se deteriora fácilmente.
Hasta no hace muchos años, en nuestra región se encontraban aún intactas
algunas huellas del antiguo camino que podían observarse desde imágenes aéreas
o bien reconocerlas por la diferencia de profundidad del terreno.
El Camino Real al Alto
Perú es conocido como el “Camino de la Historia” y
continúa vivo y presente hoy más que nunca debido a un gran interés en las
comunidades que lo fueron hilvanando, poniendo en valor de esta arteria
principal que forma parte del Patrimonio Cultural del país.
Para los surgentinos, la Posta que más se liga a
nuestra historia es CABEZA DE TIGRE. Por supuesto que el nombre de
este refugio no se debe a la existencia de tigres sino del autóctono gato
montés, al cual confundieron con el mencionado felino. Otra historia cuenta que
merecería el nombre porque un hombre mató un Yaguareté y clavo su cabeza en
aquel sitio (Concolorcorvo 1773). Alexander Caldcleugh, un cuarto de siglo
después, pondera:
“llegamos a una de las mejores postas del camino,
no tenía pulgas y la patrona era de muy buenos modales, había muchas plantas de
tunas. De doce pies de altura, que daban una flor blanca.”